lunes, 30 de marzo de 2015

Episodio 5: Sobre la melancolía y otros sentimientos.


El otro día discutía con un amigo, joven psicólogo con mucho futuro, acerca de una afirmación que hacía en su página de facebook: “A veces, es difícil ver la diferencia entre melancolía y desesperación” a propósito de una escena de la película “12 años de esclavitud”, en la que se muestra a una esclava maltratada y ultrajada pidiendo al protagonista que la ayude a terminar con su vida. Este, la pregunta que como puede estar tan desesperada, y ella le argumenta que es melancolía.
A veces, cuando pienso en mi padre, me invade la melancolía, esa que define la RAE como: “Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.” Otras veces, mis sentimientos son nostálgicos, definidos por la misma Institución como: “Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.” De tal manera, podría afirmar que a tenor de ambas definiciones, y sin entrar en juegos de palabras, en ocasiones mis sentimientos hacia mi padre, son de melancólica nostalgia, o de nostálgica melancolía.
Y con ese sentimiento recuerdo mi época de jovial preadolescencia, cuando mi padre comenzó a regalarme libros de aventuras de Emilio Salgari, Herman Melville, Daniel Defoe y Julio Verne, y posteriormente, ya mas mayor, de Pío Baroja y de Mika Waltari; de este último, su novela histórica “Sinuhé el Egipcio”.
De esta obra recuerdo, como en ocasiones, mi padre, me leía dos párrafos, que tenía subrayados con lápiz rojo. Yo le preguntaba que porqué siempre eran los mismos, y él me contestaba mirándome a los ojos y esbozando una particular sonrisa: “No preguntes por saber que el tiempo te lo dirá”.
Hoy, con el paso de los años  y la mayor o menor sabiduría que me ha dado la experiencia de lo que llevo vivido, estoy empezando a comprender lo que me quería decir con aquellas lecturas, que a continuación reproduzco:

“Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo al porvenir ni por esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza en la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros.”

"Todo vuelve a empezar y nada hay nuevo bajo el sol; el hombre no cambia aun cuando cambien sus hábitos y las palabras de su lengua. Los hombres revolotean alrededor de la mentira como las moscas alrededor de un panal de miel, y las palabras del narrador embalsaman, como el incienso, pese a que esté en cuclillas sobre el estiércol en la esquina de la calle; pero los hombres rehuyen la verdad. Yo, Sinuhé, hijo de Senmut, en mis días de vejez y de decepción estoy hastiado de la mentira. Por esto escribo para mí solo lo que he visto con mis propios ojos o comprobado como verdad. En esto me diferencio de cuantos han vivido antes que yo o vivirán después de mí. Porque el hombre que escribe y, más aún, el que hace grabar su nombre y sus actos sobre la piedra, vive con la esperanza de que sus palabras serán leídas y que la posteridad glorificará sus actos y su cordura. Pero nada hay que elogiar en mis palabras; mis actos son indignos de elogio, mi ciencia es amarga para el corazón y no complace a nadie. Los niños no escribirán mis frases sobre la tablilla de arcilla para ejercitarse en la escritura. Los hombres no repetirán mis palabras para enriquecerse con mi saber, Porque he renunciado a toda esperanza de ser jamás leído o comprendido. En su maldad, el hombre es más cruel y más endurecido que el cocodrilo del río. Su corazón es más duro que la piedra. Su vanidad, más ligera que el polvo de los caminos. Sumérgelo en el río; una vez secas sus vestiduras será el mismo de antes. Sumérgelo en el dolor y la decepción; cuando salga será el mismo de antes. He visto muchos cataclismos en mi vida, pero todo está como antes y el hombre no ha cambiado. Hay también gentes que dicen que lo que ocurre nunca es semejante a lo que ocurrió; pero esto no son más que vanas palabras.”

Con estos pensamientos, y la exposición de estos fragmentos, no trato de polemizar con nadie, ni generar ningún tipo de conflicto ni debate. Estas líneas son el reflejo de unos sentimientos, y por eso, por ser sentimientos, están lejos de ser discutibles.
Incluso, el paso del tiempo que todo lo borra y lo difumina, ha podido influir en mi memoria, adulterando mis recuerdos y confundiendo la realidad de los hechos acaecidos hace tantos años.
 
La Publicación de estos extractos, no pretenden ir en contra de los posibles copyright que puedan pertenecer a su autor,  y quedo a disposición del mismo para borrarlo de mi blog a su primer requerimiento.

 


 


 


 


 


 


 


 

miércoles, 25 de marzo de 2015

Episodio 4: Sobre los guisos de mi madre y otras cosas


Hoy ha amanecido un día gris, plomizo y triste. Al levantarme no estaba el Massi, que cada mañana me da los buenos días ronroneando entre mis piernas mientras le sirvo el pienso en su escudilla. Casi ni he visto a los perros, ni he sentido sus ladridos esta noche. Empieza a nevar, y la soledad me invade y me embarga. No se oye un ruido en el vecindario.
Me arreglo mientras pienso: ¡hoy voy a guisar! –Las penas con pan son menos.
Hay una pierna de lechal en la nevera, y a falta de un par de pimientos verdes, Tengo de todo para el guiso.
Cojo el coche y me acerco al pueblo, a comprar en el Udaco la verdura que me falta, y después me paso por Román a tomarme un vino.
-¿Un riojita? -Me pregunta.
-Venga –le contesto-, y me obsequia con una tostá de bonito con pimiento rojo.
-¿Qué te debo?
-Lo de siempre. Uno con veinte. 

Mi madre cocinaba bien, pero poco. No le gustaba guisar. A decir verdad,  pocas cosas le gustaban, a parte de venerar a su madre –mi abuela- y a sus hermanos –mis tíos y mi tía- y no dejar de criticar a mi padre.
De los pocos guisos que nos hacia, la caldereta de cordero, con mucho destacaba. La “Pata”, como ella la llamaba.
Poco antes de morir, una tarde, sentados los dos a la mesa de camilla de su casa, se me quejó de que nunca le habíamos felicitado el plato.
-Mamá por Dios, ¿Cómo puedes decir eso? Siempre que nos guisabas cordero había fiesta en la cocina.
-Debe de ser hijo mío, pero ya no me acuerdo. ¡estoy tan vieja!
-Vieja no, mamá, mayor; solo mayor.
Y nos estuvimos riendo un rato largo recordando muchas cosas. ¡Que feliz se la veía!

La receta es bien sencilla: Yo la hago en olla rápida. Para cuatro personas es suficiente una pierna de lechal, partida a la mitad, que se sazona y se rehoga vuelta y vuelta en un par de cucharadas de aceite de oliva. Se añade un pimiento verde, dos zanahorias, una cebolla y dos tomates pelados, ¡ah! Y un par de dientes de ajos, y una hoja de laurel, todo en crudo. Se cubren los ingredientes con agua y se sazona. Se pone a fuego fuerte y cuando rompe a hervir, se cierra la olla, se baja un poco la lumbre y se tiene cociendo por veinticinco minutos o media hora. Pasado este tiempo se abre la olla, y el hueso se ha tenido que despegar de la carne, si no es así habrá que darle otro hervor. Cuando la carne esta suelta, se le añaden dos o tres patatas peladas y chascadas en trozos, se cierra de nuevo la olla y cuando comienza a salir vapor se la deja cocer por diez minutos.
Para terminar separo la carne y las patatas, quito los huesos, y paso por el chino lo que queda. Después, junto de nuevo todo y ya esta listo para recalentar y servir.
Yo me comeré la caldereta mañana, que me gusta de un día para otro. 

Para hoy tengo Musaka y pimientos rellenos que me preparó una amiga, que gusta de cuidarme y de hacerme compañía, mientras escuchamos de fondo a Nat King Cole.
 
Ha dejado de nevar, ha salido un poco el sol, lo justo para romper los negros nubarrones, y se ha comenzado a oír de nuevo el alegre trino de los pájaros, en esta tarde fría de primavera.   

sábado, 21 de marzo de 2015

Episodio 3: Sobre malas intenciones.





¿Cuántas veces al día, regalamos este adjetivo a nuestros semejantes?
¿Cuantas veces al día nuestros semejantes nos hacen sentirnos como el concepto que indica tan usada expresión?
Aplicamos o nos aplican tantas veces al día, de voz como de pensamiento este vocablo, que bien estaría saber algo sobre su procedencia.
Creo que el siguiente artículo publicado en ABC TECNOLOGÍA, nos puede aclarar algo sobre:

 

EL POSIBLE ORIGEN CASTIZO DE LA PALABRA “GILIPOLLAS”


 
BITACORAS.COM / MADRID
Día 01/07/2014 - 09.45h

“Una peculiar teoría apunta a la burla hacia un alto funcionario del siglo XVI como probable origen de este insulto.
Posiblemente gracias a su sonoridad, en los últimos años el adjetivo «gilipollas» se ha convertido en un insulto de uso muy extendido entre los españoles.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, esta palabra es una vulgarización del adjetivo «gilí», término que designa a una persona tonta o lela y que procede del vocablo caló «jilí», cuyo significado es «inocente o cándido».
Sin embargo, el blog «Secretos de Madrid» nos desvela un posible origen mucho más castizo e interesante para esta peculiar palabra. De acuerdo con esta teoría, tenemos que retroceder hasta finales del siglo XVI, época en la que don Baltasar Gil Imón de la Mota ocupaba el cargo de fiscal del Consejo de Hacienda.
Según narran las crónicas de la época, Gil Imón aprovechaba su posición para acudir acompañado de sus dos hijas a todos los eventos y fiestas en los que se daba cita lo más granado de la sociedad madrileña. Su intención era encontrar en alguno de esos actos algún joven en edad casadera que pudiera emparejarse con sus descendientes.
El problema era que Fabiana y Feliciana, las hijas de este personaje, eran muy poco agraciadas físicamente, a lo que se sumaba que poseían una inteligencia muy poco desarrollada. Debido a las escasas dotes de las muchachas, los pretendientes no abundaban. Por ello, cada vez que el alto funcionario aparecía en una fiesta junto a sus hijas, las malas lenguas comenzaban a comentar entre sí «Ahí va de nuevo don Gil con sus pollas», palabra que era empleada en la época para referirse a las mujeres jóvenes.
De acuerdo con esta teoría, la asociación de ideas fue inevitable y, muy pronto, los personajes de la época más proclives a la sorna y el ingenio fundieron en un solo concepto la estupidez y las hijas del fiscal. Así, cuando se quería señalar que alguien parecía alelado o era corto de entendederas, se aludía a las «pollas» de don Gil Imón. De este modo, habría nacido la palabra «gilipollas» que conocemos hoy en día.
Aunque lo más probable es que este peculiar insulto posea la etimología que le atribuye la Real Academia Española, la historia de aquella pareja de hermanas poco agraciadas estética e intelectualmente sigue proporcionándole un origen mucho más romántico y acorde con el ingenio español.
A pesar de que no sabemos si finalmente consiguió el objetivo de casar a sus hijas, la figura de Gil Imón da nombre a una pequeña vía cercana a la Basílica de San Francisco el Grande de Madrid”.

Puedo jurar que cada mañana, cuando salgo a la calle a dedicarme a mis asuntos, procuro por todos los medios de que no traten de confundirme con alguna de las hijas de Don Gil Imón, y he de estar atento y en muchas ocasiones a la defensiva para lograrlo.
Por desgracia, he llegado al convencimiento, de que entre mis semejantes hay muchos aspirantes al cargo de fiscal del Consejo de Hacienda, que pretenden tomarme por lo que no soy.

 

 

La Publicación de este extracto, no pretende ir en contra de los posibles copyright que puedan pertenecer a su autor,  y quedo a disposición del mismo para borrarlo de mi blog a su primer requerimiento.

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 5 de marzo de 2015

Episodio 2: Sobre la autocompasión.


En estos últimos meses, mucho he leído y oído a cerca del Victimismo, sobre los procesos secesionistas catalanes o vascos, en los medios de comunicación, y en boca de políticos de todas las tendencias ideológicas.
No tenía del todo claro el significado de esa palabra, y buscando en Internet, encontré, hace poco, un artículo bastante esclarecedor publicado en el Blog de http://psicoreygabinetedepsicologia.com/.
Después de leerlo y meditar sobre su contenido, he llegado a la conclusión de que en muchas ocasiones, esa palabra también se puede aplicar a personas de nuestro entorno, que pretenden condicionar nuestro día a día.

Reproduzco a continuación su contenido: 

“Una personalidad victimista consiste en una tendencia psicológica, que puede llegar a desembocar en una conducta patológica como un trastorno paranoide, consistente en una propensión a culpar a otros de los males que uno padece (es decir, “yo soy una pobre victima”, “los demás no me entienden”, “a mí me tocan todos los marrones”, “no hay derecho”, “siempre me sucede a mí”, “qué mala suerte tengo”, etc…), refugiándose en la compasión ajena, mediante las quejas y/o la expresión de malestar se transmite una exigencia oculta a los demás, despertando en su interior, un sentimiento de culpa. Son personas que van de mártires por la vida, sin que sus quejas correspondan con la realidad e incluso conlleva una responsabilidad moral.
El victimismo suele esconder experiencias pasadas no superadas. Por tanto, el papel de víctima se basa en culpabilizar a todo y a todos con el objeto de obtener atención.
Desde una visión victimista siempre es el otro el que tiene el problema y uno mismo quien sufre las consecuencias. Victimismo = chantaje emocional y manipulación. 

Características de la persona victimista 


- No dice directamente lo que se desea, sino que se expresa en forma de queja o sufrimiento.
- Cuando no logra alcanzar su objetivo, se desespera, se lamenta y se queja de manera excesiva. En vez de luchar por cambiar las cosas, se regocija y exhibe sus desgracias, describiendo a todos sus desdichas.
- Busca protagonismo, con la pretensión de ser el centro de atención, trasmitiendo pena y forzando la compasión de los demás, mediante lamentos y quejas. Al victimista le gusta mostrarse como una persona a quien le suceden muchas desgracias e injusticias.
- Cualquier hecho negativo que le suceda, lo exagera hasta el punto de que en la mayoría de las ocasiones deforme la realidad, de forma que sobredimensiona lo negativo y llega a perder la perspectiva real de las consecuencias de ese hecho negativo.
- Cualquier mínima ofensa la exagera para mostrar que se siente discriminado con el fin de manifestar que están contra él. Suele pensar mal de los demás.
- Tiene el deseo de sentirse protegido por quienes le rodean y para mostrarlo se muestra débil y desamparado, haciéndoles sentir mal si no consigue su apoyo y protección.
- Para aquellas personas que tienen que soportar de manera constante sus desgracias y lamentos, puede convertirse en un lastre.
- Llegan a convertirse en víctimas de sí mismos, haciendo del sufrimiento su forma de vida.
- Buscan dar pena, suscitar compasión, que se le reconozca que es una persona perseguida por la mala suerte (en todas sus áreas de la vida: amor, trabajo, familia, amigos…) es decir, se presentan ante los demás como una víctima.
- Suelen acometer y criticar a aquellos que no le dan la razón o que no son como él desearía que fuesen, de forma que quien recibe la queja, lo percibe como una exigencia, no pudiendo elegir con libertad. De forma que si accede, puede renunciar a sus deseos o necesidades y si se niega aparece culpabilidad o miedo a que el otro se enfade o lo rechace.
- Se manifiesta de forma abierta (inseguridad), en ocasiones de modo exagerado, con una actitud de “pobre de mí”.
- El victimista siente que él se sacrifica y nunca recibe lo mismo a cambio.
- Se justifica la propia actitud agresiva como una defensa a los anteriores ataques recibidos.
- No sabe asumir las críticas, se ofende y se enoja ante ellas, y sólo ve mala intención, en quien se las hace o cuando tratan de hacerle una corrección.
- Ante un fracaso suele justificar su actitud y culpar a quien le rodea de sus propios errores. Adopta el rol de víctima reconociendo su parte de culpa y reclamando justicia como si fuese él quien ha sufrido las consecuencias de esa equivocación o error. Rechaza cualquier autocrítica y no asume ninguna responsabilidad.
- Ante una discusión o crítica, adquiere una actitud defensiva, ya que considera que la intención de su adversario es ir más allá de una simple discusión o desacuerdo. Considera que le están atacando y que van contra él. 

¿Por qué una persona se siente y/o muestra como víctima? Razones que podrían explicarlo: 

- Táctica del reconocimiento: el individuo suele utilizar el victimismo para llamar la atención, sobredimensionando cuestiones y hechos poco relevantes de carácter negativo. Siendo común que interprete el rol de víctima para que reconozcan sus méritos.
Su actitud no está asociada a patologías graves, sino que es fruto de un aprendizaje con diversas incapacidades y carencias para las que no se han tenido o empleado correctamente, los recursos apropiados de superación.
 El individuo está estancado en la mediocridad, una realidad que percibe de un modo más o menos consciente y que pretende superar con el reconocimiento que sólo consigue, o que cree conseguir, mediante su papel de víctima. Considerando que se puede comprar de alguna forma el afecto, la atención, la compañía, el apoyo, la aprobación, etc. Esta manifestación podría ser consecuencia de una escasa autoestima y/o falta de recursos y habilidades asertivas, cognitivas y un desarrollo evidentemente inmaduro.
- Deformación de la realidad: el sujeto cree que es sólo una víctima del entorno o los demás, por lo que la culpa en todo caso, es siempre del resto. Muestra un pesimismo exacerbado frente a la realidad que le rodea, sobredimensionando lo negativo, recelando de lo que surge a su alrededor y presumiendo de que los otros son injustos y le maltratan.
De esta actitud surge un morboso afán por descubrir agravios insignificantes para sentirse discriminado o maltratado con el fin de achacar a instancias exteriores una supuesta actitud perversa y agresiva que representa todo lo malo que le sucede. De esta forma, su susceptibilidad le lleva a reaccionar con crispación ante la más mínima crítica, elevada inmediatamente a la consideración de grave ofensa.
- Táctica ofensiva: la cual no es en absoluto inocua, sino plenamente consciente y con un afán manipulador que no repara en medios para lograr sus objetivos. Siempre miran hacia uno mismo y no les importa demasiado los daños colaterales causados por su actitud.
El victimismo es un elemento más que utilizan a su conveniencia, no siendo su modo de vida. También suelen estar relacionados con hechos traumáticos, incluso los mismos que el grupo siguiente (táctica defensiva), pero a diferencia de éstos, no esperan un resarcimiento pasivo, sino que están dispuestos a cobrar la supuesta deuda a cualquier precio. Podríamos decir que las personas de este grupo sienten en cierta manera como su dolor o malestar se alivia cuando causan daño a los demás.
- Táctica defensiva:  se caracteriza por individuos que viven en el autoengaño, cuyo victimismo se ha convertido en la razón de su existencia. El rol de víctima está asociado a un negativismo sin concesiones. Todo está en su contra. Su percepción de la realidad está completamente distorsionada y sienten que nada puede hacerse para cambiar esta situación (indefensión aprendida).
Este comportamiento casi siempre está relacionado con hechos traumáticos de diversa índole que no se han podido superar, tales como el abuso sexual en la infancia u otras disfuncionalidades familiares o de carencias de tipo afectivo. Su actitud es pasiva e inconscientemente manipuladora, se vale del chantaje emocional y suele hallarse inmersa en una eterna e inactiva espera, donde la pretensión de que el mundo reconozca su inmenso dolor y la injusticia que se ha cometido con ella, nunca es satisfecha. 

¿Qué hacer para salir del papel de víctima? Tal cambio implica un cambio de percepción: 

1. La visión victimista suele adquirir un sentido cuando se indaga en el hilo conductor de la propia vida. La persona puede preguntarse por qué necesita esta actitud y reconocer de forma honesta qué beneficios obtiene de ella. Quizá le ayude a sentirse más fuerte o protegida, a controlar mejor a los demás, a eximir ciertas responsabilidades, a censurar a otros, a dar una imagen de buena persona.
2. En la actitud victimista no se expresa de modo directo lo que se quiere ni se trata activamente de satisfacer los propios deseos, sino que se espera que se hagan cargo los demás. Al detectar la queja se puede intentar traducirla en palabras más claras, expresando lo que se desea o se necesita y hablando desde uno mismo, en primera persona, en vez de culpar.
3. Evitar la etiqueta permanente de víctima. Se puede ser víctima de una situación, pero ese estado de ánimo tendría que ser pasajero.
4. Utilizar la capacidad de elegir; conviene preguntarse, por ejemplo: “de esta situación, ¿qué es lo que me disgusta?, ¿qué es lo que yo puedo cambiar?, ¿qué peticiones concretas puedo hacer a los demás?…” 

Actitudes victimistas (situaciones) que ayudan para desarrollar el rol de víctima. 

- Haber vivido en un ambiente, donde se nos compadecía constantemente, escuchando comentarios como: “pobrecito, se siente mal”, “pobre, le ponen tanta tarea”, “es injusto lo que le pasa, pero… no se puede hacer nada”, “a …. siempre le pasa algo malo”… El niño escucha y aprende a pensar igual respecto a sí mismo.
- La vulnerabilidad y dependencia de los niños. Debido a la edad, falta de conocimientos y habilidades, necesidad de depender de los adultos, las limitaciones que los mismos imponen, etc., todos los niños se sienten víctimas, en muchas situaciones. Lo cuál sucede a cualquier niño, independientemente de que tenga una vida estable, protegida, feliz… etc. Es parte de las características de la niñez.
Al crecer, los resultados de las diferentes experiencias que vivimos, la educación, los ejemplos que recibimos, etc., hacen que se pierda o disminuyan este tipo de pensamientos y sentimientos o que aumenten y se establezca una actitud de víctima.
- El ejemplo de uno o ambos padres que tenían dicha actitud. Los niños tienden a imitar, de forma inconsciente, las actitudes de los padres y de las personas importantes en su vida. 

Aspectos positivos y negativos de la “autocompasión” 

- El aspecto positivo es que al menos de momento, el dolor disminuye y evita que nos auto devaluemos, ya que reduce el impacto de la culpa.
- Los aspectos negativos, impiden que veamos el problema en toda su magnitud. Se enfoca solamente una pequeña parte del problema, es decir, la parte negativa que nos afecta de forma directa, por lo que no le vemos diferentes soluciones.
Nos aleja de la gente y nos impide resolver nuestros problemas, porque nos mantiene centrados en nosotros mismos: “pobre de mí… los demás me… yo no puedo…
Impide que nos responsabilicemos de lo que nos sucede y que actuemos, porque al culpar a los demás, son ellos los que pueden y deben hacer algo para mejorar la situación. Lo que hace que tratemos de presionarlos y manipularlos con lo que surgen nuevos conflictos.
Nos paraliza, porque sentimos que no podemos hacer nada al respecto, ya que no tenemos ni la capacidad ni el control necesario para resolver la situación”. 

La Publicación de este extracto, no pretende atentar contra los derechos de copyright que puedan pertenecer a su autor,  y quedo a disposición del mismo para borrarlo de mi blog a su primer requerimiento.