viernes, 7 de agosto de 2015

Episodio 13: Sobre las Puertas del Cielo.




Cuando he ido a darte el beso de las buenas noches ya te habías dormido, estabas lujuriosamente tumbada boca a bajo abrazada a la almohada y con una cara como de no haber roto en tu vida un plato.
Como en un suspiro te he deseado feliz noche y he rozado con mis labios tu mejilla y entonces te has girado lentamente, y como sonámbula me has dicho: Yo también te quiero. Después te has dado la vuelta y has seguido durmiendo.
Me he sentado al borde de la cama, y con la tenue luz que da la lámpara de la mesita, me he dedicado a espiarte con la lascivia propia de un voyeur maduro.
Me gusta observar tu cuerpo desnudo: Voluptuosamente desgarbado. Como el de una chiquilla que aún está creciendo.
Y también  me gusta mirar esos hoyitos que se te forman donde termina la espalda y comienza la parte más deseable de tu anatomía.
Por cierto, has vuelto de Galicia algo más gordita, -cosa que celebro-. Te prometo que lo mantendré en secreto y me haré el sorprendido cuando te pongas a despotricar en contra de la báscula.
Ahora en el silencio de la noche oigo tu respiración acompasada, acompañada de un coro de grillos y de ranas; y entonces la paz me envuelve, y volviendo a contemplar tu cuerpo, el deseo me invade.
Las cortinas de la habitación han tomado vida propia por el viento del oeste, y las empuja, y trata de arrancarlas de la galería. Noto que sientes el frío que entra por la ventana, y la cierro, y te tapo, y te arrebujas bajo las sábanas, y noto que me buscas y que no me encuentras, y que al no encontrarme me llamas muy bajito, como en un susurro y lentamente, muy lentamente, me dejo caer junto a tu lado; y después me abrazas, y después te abrazo, y después, de nuevo, te quedas dormida.
El viento del oeste ahora golpea con insistencia contra el ventanal cerrado. A lo lejos se oye de vez en cuando el canto desgarrador  de una lechuza. La luz de la luna llena, se va apagando entre los negros nubarrones que van invadiendo el cielo, y  más allá de El Alto de la Mora, por Navalespino, el eco de los truenos amenaza con tormenta.
Poco a poco me invade el sueño entre tus brazos, mientras pienso lo agradable que es pasear por la vida cogido de tu mano, aunque sean trayectos cortos, y solo de vez en cuando. ¡Si supieses cuanto tiempo estuve llamando a las puertas del cielo hasta que tu me las abriste!
Mañana, cuando te vayas y me dejes otra vez solo, gritare con tanta desesperación tu nombre, que se me desgarrará de nuevo el corazón y la sangre brotará una vez más de mi garganta a borbotones.