jueves, 9 de julio de 2015

Episodio 12: Sobre las noches con Jack Daniel.




Estoy en esa hora bruja, en la que el silencio puede con el ruido. Tan solo se oye el croar de las ranas del estanque del vivero que hay detrás de casa, y de vez en cuando al Horco, ladrando sin mucho afán quizás a algún gato que se ha aventurado a entrar en el jardín.
Me he puesto un “Silver Select” de Jack Daniel, con tres piedras de hielo, y me fijo en que está casi vacía la botella ¡Hay que ver que poco cunde la jodida, con lo que cuesta!
De fondo, bajito, suena “Money” de Pink Floid, que me recuerda que mañana debo de ir al banco a por dinero.
Las polillas han comenzado a entrar por la ventana y se arremolinan volando alrededor de la lamparita que tengo encima de la mesa camilla.
Recuerdo, que hubo una época, no hace tanto, en la que al igual que ellas, me dediqué a volar circundando la luz de una estrellita, y que tan cerca estuve, que casi se me quemaron las alas.
Hoy, por cierto, he rescatado de la papelera un certificado de amor que caducó hace algún tiempo, y que no se renovó por falta de acuerdo entre las partes.
Me sigo acordando, y mucho, del tabaco, a pesar de que hace mas de diez años que dejé el vicio. Ahora sería uno de esos momentos en los que me encendería un cigarrillo, porque me encuentro inquieto. Me suele ocurrir cuando barrunto algún viaje. Tengo ganas de volver por La Coruña.
Paseo a oscuras como un sonámbulo por la casa, con el baso de bourbon en la mano, haciendo girar los hielos y produciendo ese cling, cling tan característico cuando golpean contra la frontera infranqueable del frío vidrio.
Y comienzo a darle vueltas a las cosas, y no dejo de preguntarme: ¿Por qué las llamabas tardes de sexo a las horas que pasábamos en tu trastienda, arrebujados bajo el grueso edredón de plumas del Ikea, tumbados en aquel destartalado sofá rojo, oyendo “If I Could Change your Mind” de Alan Parsons, bebiéndonos la letra, devorándonos los cuerpos, mientras me susurrabas al oído, de vez en cuando; cuanto, cuanto me querías?
Y pensando en otras cosas, y como la vigilia es larga, ahora me vienen a la mente, tantas y tantas noches que pasamos frente a frente, hablando sobre cosas banales que elevábamos a la categoría de trascendentes a fuerza de discutir y discutir sin pausa; hasta que la primera de las Parcas vino a buscarte con la forma del cuarto signo del zodiaco ¿Verdad amigo Alfonso? ¡Cagüen diez qué mala suerte!
El ligero fresco del relente trae olor a madreselva y me recuerda que ando por el jardín en cueros. Un profundo bostezo me invita a ponerme en los brazos de Morfeo. Y se me antoja que con un poco de suerte amanecerá mañana, y que también con un poco de suerte, me tocará vivir un nuevo día.