Estoy en esa hora bruja, en la
que el silencio puede con el ruido. Tan solo se oye el croar de las ranas del
estanque del vivero que hay detrás de casa, y de vez en cuando al Horco,
ladrando sin mucho afán quizás a algún gato que se ha aventurado a entrar en el
jardín.
Me he puesto un “Silver Select”
de Jack Daniel, con tres piedras de hielo, y me fijo en que está casi vacía la
botella ¡Hay que ver que poco cunde la jodida, con lo que cuesta!
De fondo, bajito, suena “Money”
de Pink Floid, que me recuerda que mañana debo de ir al banco a por dinero.
Las polillas han comenzado a
entrar por la ventana y se arremolinan volando alrededor de la lamparita que
tengo encima de la mesa camilla.
Recuerdo, que hubo una época, no
hace tanto, en la que al igual que ellas, me dediqué a volar circundando la luz
de una estrellita, y que tan cerca estuve, que casi se me quemaron las alas.
Hoy, por cierto, he rescatado de
la papelera un certificado de amor que caducó hace algún tiempo, y que no se
renovó por falta de acuerdo entre las partes.
Me sigo acordando, y mucho, del
tabaco, a pesar de que hace mas de diez años que dejé el vicio. Ahora sería uno
de esos momentos en los que me encendería un cigarrillo, porque me encuentro
inquieto. Me suele ocurrir cuando barrunto algún viaje. Tengo ganas de volver
por La Coruña.
Paseo a oscuras como un sonámbulo
por la casa, con el baso de bourbon en la mano, haciendo girar los hielos y
produciendo ese cling, cling tan característico cuando golpean contra la
frontera infranqueable del frío vidrio.
Y comienzo a darle vueltas a las
cosas, y no dejo de preguntarme: ¿Por qué las llamabas tardes de sexo a las
horas que pasábamos en tu trastienda, arrebujados bajo el grueso edredón de
plumas del Ikea, tumbados en aquel destartalado sofá rojo, oyendo “If I Could
Change your Mind” de Alan Parsons, bebiéndonos la letra, devorándonos los
cuerpos, mientras me susurrabas al oído, de vez en cuando; cuanto, cuanto me querías?
Y pensando en otras cosas, y como
la vigilia es larga, ahora me vienen a la mente, tantas y tantas noches que
pasamos frente a frente, hablando sobre cosas banales que elevábamos a la
categoría de trascendentes a fuerza de discutir y discutir sin pausa; hasta que
la primera de las Parcas vino a buscarte con la forma del cuarto signo del zodiaco
¿Verdad amigo Alfonso? ¡Cagüen diez qué mala suerte!
El ligero fresco del relente trae
olor a madreselva y me recuerda que ando por el jardín en cueros. Un profundo
bostezo me invita a ponerme en los brazos de Morfeo. Y se me antoja que con un
poco de suerte amanecerá mañana, y que también con un poco de suerte, me tocará
vivir un nuevo día.
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