Anoche volví a encontrar unos pies que calentar entre los
míos y volví, bajo las sábanas a entrelazar mis piernas con las suyas: Tan
suaves.
Anoche, también volví a abrazar
su cuerpo fibroso y delicado; y a sentir sus electrizantes convulsiones
y temblores.
Y esta mañana me levante temprano
a buscar fruta a la nevera; y la puse en trozos pequeños en un plato y después en su boca,
mientras besaba sus ojos aun cerrados por el sueño.
Entonces, se incorporó y se estiró señalando el cielo raso con sus manos, y con pereza se apoyó en el cabecero sujeto a la pared con dos escarpias, y yo en su
vientre deposite mi frente; y mientras sentía el húmedo retumbar de su pulso y
el sabor salado de su piel, ella cogió un libro que tenía encima de la pequeña
mesita que hay al lado de la cama, y me leyó estos versos de Gioconda Belli:
“Déjame que esparza
manzanas en tu sexo
néctares de mango
carne de fresas;
Tu cuerpo son todas las
frutas.
Te abrazo y corren las mandarinas;
te beso y todas las uvas sueltan
el vino oculto de su corazón
sobre mi boca.
Mi lengua siente en tus brazos
el zumo dulce de las naranjas
y en tus piernas el promegranate
esconde sus semillas incitantes.
Déjame que coseche los frutos
de agua
que sudan en tus poros:
Mi hombre de limones y duraznos,
dame a beber fuentes de melocotones y bananos
racimos de cerezas.
Tu cuerpo es el paraíso
perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme”.
Luego se nos inundó el alma de
deseo, y miles de emociones nos llegaron juntas, y se nos aflojó el cuerpo, y
seguí, no sé por cuanto tiempo sujeto a su cintura; mi pecho junto a su espalda,
dejando correr los minutos y las horas.
Y volvimos a dormirnos; y nos
despertó ya entrada la tarde el estridente trino de los pájaros, y el monótono
ladrido de los perros.
Maravillosos recuerdos de maňanas magicas..
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