lunes, 25 de mayo de 2015

Episodio 8: Sobre la fruta fresca.


Anoche volví a encontrar unos pies que calentar entre los míos y  volví, bajo las sábanas  a entrelazar mis piernas con las suyas: Tan suaves.
Anoche, también volví a abrazar su cuerpo fibroso y delicado; y a sentir sus electrizantes convulsiones y temblores.
Y esta mañana me levante temprano a buscar fruta a la nevera; y la puse en trozos pequeños en un plato y después en su boca, mientras besaba sus ojos aun cerrados por el sueño.
Entonces, se incorporó y se estiró señalando el cielo raso con sus manos, y con pereza se apoyó en el cabecero sujeto a la pared con dos escarpias, y yo en su vientre deposite mi frente; y mientras sentía el húmedo retumbar de su pulso y el sabor salado de su piel, ella cogió un libro que tenía encima de la pequeña mesita que hay al lado de la cama, y me leyó estos versos de Gioconda Belli:

“Déjame que esparza
 manzanas en tu sexo
 néctares de mango
 carne de fresas;
Tu cuerpo son todas las frutas.
 Te abrazo y corren las mandarinas;
 te beso y todas las uvas sueltan
 el vino oculto de su corazón
 sobre mi boca.
Mi lengua siente en tus brazos
 el zumo dulce de las naranjas
 y en tus piernas el promegranate
 esconde sus semillas incitantes.
Déjame que coseche los frutos de agua
 que sudan en tus poros:
 Mi hombre de limones y duraznos,
 dame a beber fuentes de melocotones y bananos
 racimos de cerezas.
Tu cuerpo es el paraíso perdido
 del que nunca jamás ningún Dios
 podrá expulsarme”.

Luego se nos inundó el alma de deseo, y miles de emociones nos llegaron juntas, y se nos aflojó el cuerpo, y seguí, no sé por cuanto tiempo sujeto a su cintura; mi pecho junto a su espalda, dejando correr los minutos y las horas.
Y volvimos a dormirnos; y nos despertó ya entrada la tarde el estridente trino de los pájaros, y el monótono ladrido de los perros.

 

 

 

 

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