La tarde se había vuelto aún más fría. Se esperaba nieve. El reloj
parecía detenido. El silencio, tan solo roto por Hubert Sumlin acariciando mis
oidos con el lento swing de Sometimes I’m Right. La niebla
que cubría todo, se hacía más espesa a mi alrededor, y empezaba a apoderarse de
mi, envolviéndome con una agónica sensación de melancólica tristeza.
Llevaba todo el día, toda la semana, pensando en ella, sin apartar la
mirada del teléfono, esperando escuchar la estúpida musiquilla que me anunciara
que en la distancia su voz y su imagen volverían a aparecer en el endiablado
artefacto. ¡Cuánto lo odiaba y cuanto lo necesitaba!
Los recuerdos de tan corta pero intensa convivencia, se agolpaban en mi
cabeza, golpeándome las sienes. Las imágenes, los instantes, las sensaciones,
los anhelos y deseos, el olor de su piel, el tacto tibio y en ocasiones húmedo
de su cuerpo, la caricia de su pelo, su mirada clara, su risa franca, la
dulzura de su voz llamándome amor me torturaban hasta la desesperación.
¿Por qué el amor es sufrimiento? ¿Por qué el deseo es tan impaciente?
¿Por qué el placer es tan adictivo? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella? ¿Por
qué la soledad es tan terrible cuando se conoce a alguien como ella? ¿Por qué
será que el que espera desespera?
La tarde se había convertido en noche cerrada. Los perros se habían
puesto en guardia, y ladraban a todo lo que se movía, aunque juraría que ladraban
también para decirme que no estaba tan solo, que ellos compartían mi aislamiento.
Estuve tentado de acompañarme del Gentelman Jack de Tennessee, y abrir
el libro en el que se esconde, pero decidí dejarlo para mejor ocasión: cuando
ella regrese. Me conformaré con el viejo número siete.
Decia Caetano Veloso en la letra de su afamada “La Barca” que no concebía
que la Distancia fuese el olvido, y que Cuando la luz del sol se fuese apagando Y
ella se sintiese cansada de vagar, el la estaría esperando, Hasta que decidiera
regresar.
Se terminó el bourbon, y las piedras de hielo perdieron su
utilidad y se derritieron en el fondo del vaso. Comenzó a nevar copiosamente. Seguía
sentado en el sofá del estudio, canturreando nuestra canción que me recordaba que
ella Era mi talla perfecta, que Era la luz de mis sueños, que Era mi mundo
pequeño y que lo Era todo para mí.
Miraba
angustiado una y otra vez en dirección al teléfono, esperando escuchar
la estúpida musiquilla que me anunciara que ya me tocaba estar con ella en la
distancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario