miércoles, 17 de junio de 2015

Episodio 10: Sobre los labios y los besos olvidados.


Y yo puse aquella tarde fría y plomiza del otoño de aquel año mis labios en los suyos, mientras sonaba aquella canción que nos acompaño toda una vida.
Recuerdo que después la pregunté si fue el primero, y entonces me contestó mirándome desde la profundidad de aquellos ojos negros, almendrados y brillantes, que para una mujer el último beso siempre era el primero.
Y después, me pase media vida dándola besos y otra media vida recordándolos, y se los tuve que dar en otros labios, y se los di, de todas las formas y maneras, y en otras tantas bocas bebí de ella, y en otros tantos cuerpos recordé su reciente estrenada pubertad de aquel otoño que empezó a ser mujer entre mis brazos.
Y ahora se me vienen a la mente aquellos versos que cantó el ilustre poeta Gaditano Rafael Alberti.

“Huele a sangre mezclada con espliego,
Venida entre un olor de resplandores.
A sangre huelen las quemadas flores
Y a súbito ciprés de sangre el fuego.
Del aire baja un repentino riego
De astro y sangre resueltos en olores,
Y un tornado de aromas y colores
Al mundo deja por la sangre ciego.
Fría y enferma y sin dormir y aullando,
Desatada la fiebre va saltando,
Como un temblor, por las terrazas solas.
Coagulada la luna en la cornisa,
Mira la adolescente sin camisa
Poblársele las ingles de amapolas”. 

Y ahora, de no juntar mis labios con sus labios, la fuente de los besos se me está secando, y el recuerdo de su fresca pubertad de niña y luego de mujer se me está yendo poco a poco de la mente.
Y hoy sé que los besos que no se dan, o que se guardan, o que se olvidan, terminan por llenar el alma de tristeza. 

1 comentario:

  1. Besos frescos e ingenuos que nunca se olvidan. Aquel muchacho de ojos verdes...

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