No se como supiste que la locura
iba socavando mi agónica existencia, y tampoco sé cómo llegaste hasta mí para
ayudarme a restañar las profundas heridas que me había causado el desatino,
enjugar mis lágrimas, olvidar el pasado y apacentar mi desbocado corazón.
Solo sé que entraste de nuevo en
mi vida, ventilando el enrarecido ambiente que me asfixiaba, Iluminando la
oscuridad que envolvía mi patética soledad, y rompiendo las pesadas cadenas que
me tenían unido a la mentira, subyugado a la amargura y amarrado a la
desesperación.
Y con tu vuelta llenaste una vez
más mi casa de alegría, y la música volvió a oírse fuerte y clara entre los
gruesos muros que me aislaban del resto de las gentes; y se abrieron de par en
par todas mis ventanas, para que entrasen los aromas de aire fresco del jardín,
que pronto empezaría a florecer con tu presencia. Y con los nuevos aires,
regresaron fuertes y sonoros los trinos de los pájaros, el rumoroso ruido de
las copas de los pinos movidos por el frío viento del oeste, y el monótono
zumbido de cientos de abejas laboriosas, dispuestas a hacerme con su miel, más
dulces mis inapetentes días y mis eternas noches.
Y a partir de ese momento empecé
a confiar en el destino, y a tener paciencia; a saber esperar a que mis cosas
volvieran a encontrar su sitio entre tus cosas, conviniendo contigo, que muchas
veces uno mas uno no siempre daba dos, que en ocasiones el total era de tres o
cuatro ¡Pobre Pitágoras!
Y me hablaste después sobre el
principio de prudencia, sobre tener la boca quieta; y me ilustraste en cómo
escuchar con atención las voces que a pesar de hablar bajito, sabían decir casi siempre, tantas cosas.
Y aprendí a leer entre las líneas retorcidas de la
vida, y supe por ti que éste mundo estaba lleno de verdades a medias, y que la
historia se escribía en ocasiones con tintas invisibles y con plumas con
plumines desgastados.
Después, vimos como el Sol
comenzaba a brillar de nuevo, si cabe, con mas fuerza; y la luna empezaba a
menguar hasta convertirse en lecho desde el que abrazados, y con las almas
juntas y la piel desnuda, contemplar una inmensa alfombra de brillantes
estrellas, centelleando a nuestros pies.
Entonces acordamos sobre lo
sencillo de la convivencia, sobre como pasarle la garlopa a los desmedidos
sentimientos, sobre como limar las asperezas y como encajar colas de milano que
aguantasen con firmeza los tirones de la incomprensión, y soportasen el paso
del tiempo y el desgaste de los años.
Descubrimos también juntos, que
no había dos sin tres, que a la tercera podía ir en ocasiones la vencida, y que
no era cierto que segundas partes nunca fueran buenas.
Y en esas estamos, amor mío.