Fue en uno de mis primeros viajes por Picos de Europa.
Estaba en Sótres, me había acercado a ver ponerse el Sol al Collado de
Pandébano. Era espectacular la mezcla de rojos, azules, amarillos, violetas...
Corría una ligera brisa, casi tibia, que anunciaba que la primavera estaba
cerca.
Sentado junto a un chozo en El Canero, guardando una docena
de cabras, estaba un viejo. Miraba hacia el oeste contemplando el infinito.
Antes de llegar a él me pidió que me sentara a su lado, y
según lo hacía, me cogió la mano con fuerza, y mirándome a los ojos, me dijo
que yo también podría ver algún día en el interior de una mujer, y sentir su
alma muy cerca.
Un escalofrío recorrió mi espalda, mientras una intensa luz
llenaba todo a mi alrededor, cegándome, sofocándome, ahogándome, haciéndome
perder la noción del tiempo y del espacio.... No sé como pude volver y subir
por la cuesta que desde los Invernales de Cavao lleva hasta Sotres.
Jamás me atreví a contar esto a nadie.
Llevo mas de treinta años mirando en el interior de las
mujeres, y sigo sin ver nada...”