Váyase usted señora allá donde el destino la lleve, ese que
la hizo venir junto a mi vera, y ese que la arranca ahora lejos de mi lado.
Vaya usted señora, a donde le plazca, pero hágame el favor, y siga el camino que
le marquen las estrellas.
Vaya usted ahora, en busca de sus sueños, que podrá entender
que no son los mismos que los míos, y vaya, y vaya sin parar, sin detenerse y
sin mirar que deja atrás, no sea que lo que deja, la haga desandar lo andado.
Vaya en busca de nuevos horizontes, de nuevas aventuras, de
nuevas amistades. Vaya usted en busca de otras luces, de otros colores
luminosos, de otros bosques encantados, abarrotados de Gnomos, Hadas, y
Princesas, y de las sutiles mariposas que habitan los abdómenes de los
enamorados.
Y vaya usted corriendo, y no me pierda el aliento en la
carrera, ni me extravíe de paso la cordura, no quiera la mala suerte, que me
fuese usted a confundir el norte, y de paso su destino.
Vaya, vaya; sin pérdida de tiempo. No se me pare a recoger
las flores del camino, ni a escuchar el canto de los pájaros. No se me detenga
a beber en arroyos de agua clara, ni se me tumbe a descansar a la sombra de los
pinos, no sea mujer que se me duerma, y que al despertar no sepa a donde iba.
Vaya envuelta por la niebla matutina, o escondida tras la
oscuridad nocturna, esa que mantuvo su rostro tanto tiempo a salvo de las
impertinentes miradas escrutantes.
Vaya usted sin despedirse, vaya usted sin preguntarme, vaya usted
sin recordarme, pero ciérreme la puerta tras de si cuando se valla, para que no
la acompañe la soledad en que me deja, y cuando llegue, cierre también la nueva
puerta para que no me oiga llamarla llorando como un niño.
Vaya con Dios amiga mía, pero vaya donde vaya, sepa usted,
en confianza, que siempre, siempre, aunque no quiera, me llevará consigo.