Cuando he ido a darte el beso de las buenas noches ya te
habías dormido, estabas lujuriosamente tumbada boca a bajo abrazada a la
almohada y con una cara como de no haber roto en tu vida un plato.
Como en un suspiro te he deseado feliz noche y he rozado con
mis labios tu mejilla y entonces te has girado lentamente, y como sonámbula me
has dicho: Yo también te quiero. Después te has dado la vuelta y has seguido
durmiendo.
Me he sentado al borde de la cama, y con la tenue luz que da
la lámpara de la mesita, me he dedicado a espiarte con la lascivia propia de un
voyeur maduro.
Me gusta observar tu cuerpo desnudo: Voluptuosamente
desgarbado. Como el de una chiquilla que aún está creciendo.
Y también me gusta
mirar esos hoyitos que se te forman donde termina la espalda y comienza la
parte más deseable de tu anatomía.
Por cierto, has vuelto de Galicia algo más gordita, -cosa
que celebro-. Te prometo que lo mantendré en secreto y me haré el sorprendido
cuando te pongas a despotricar en contra de la báscula.
Ahora en el silencio de la noche oigo tu respiración
acompasada, acompañada de un coro de grillos y de ranas; y entonces la paz me
envuelve, y volviendo a contemplar tu cuerpo, el deseo me invade.
Las cortinas de la habitación han tomado vida propia por el
viento del oeste, y las empuja, y trata de arrancarlas de la galería. Noto que
sientes el frío que entra por la ventana, y la cierro, y te tapo, y te
arrebujas bajo las sábanas, y noto que me buscas y que no me encuentras, y que
al no encontrarme me llamas muy bajito, como en un susurro y lentamente, muy
lentamente, me dejo caer junto a tu lado; y después me abrazas, y después te
abrazo, y después, de nuevo, te quedas dormida.
El viento del oeste ahora golpea con insistencia contra el
ventanal cerrado. A lo lejos se oye de vez en cuando el canto desgarrador de una lechuza. La luz de la luna llena, se
va apagando entre los negros nubarrones que van invadiendo el cielo, y más allá de El Alto de la Mora, por
Navalespino, el eco de los truenos amenaza con tormenta.
Poco a poco me invade el sueño entre tus brazos, mientras
pienso lo agradable que es pasear por la vida cogido de tu mano, aunque sean
trayectos cortos, y solo de vez en cuando. ¡Si supieses cuanto tiempo estuve
llamando a las puertas del cielo hasta que tu me las abriste!
Mañana, cuando te vayas y me dejes otra vez solo, gritare
con tanta desesperación tu nombre, que se me desgarrará de nuevo el corazón y
la sangre brotará una vez más de mi garganta a borbotones.